sábado, 8 de junio de 2013

No se puede comparar un amanecer.

Dicen que es bueno ver amanecer. En realidad, yo en contadas ocasiones lo había visto, pues no soy lo que se dice muy madrugador. 
Ayer, fue una de las pocas veces que vi el sol salir, y he de reconocer que fue un momento muy hermoso. Si no hubiese sido porque faltaba algo, o mejor dicho, alguien (para qué ocultarlo, no merece la pena), habría sido un momento perfecto.
Ver despertar a un amigo y ver amanecer son dos de las ocasiones más especiales de la vida de alguien. Es como renacer... Y yo ya había visto uno. Recuerdo que ayer hacía calor, como cualquier día de verano, y me desperté para abrir las cortinas. En ese momento, al asomarme, no pude evitar salir al gran balcón y observar el mar en calma y el sol saliendo. Unos colores hermosos pintaban el cielo y el agua, de unas variedades extrañísimas... y la luz era muy reconfortable. Amo el verano. Siempre me ha parecido tan especial; sus noches, sus puestas de sol, y sus amaneceres tan mágicos... 
Siempre me habría gustado compartir esto con alguien. Yo, personalmente, me sacrificaría por ver amanecer, hasta un punto inimaginable. ¿Qué tienen los amaneceres, que me causan tanta fascinación?
No lo sé, pero quizás sea su belleza. Aunque no soy de esos que sólo se fijan en lo estéticamente bello. Siempre he pensado que debe haber algo más, algo que lo hiciese tan especial para mí y tan insignificante para otras personas... A lo mejor es la falta de costumbre. Pero nadie me quita de la cabeza que los amaneceres tienen algo especial, quizás sea un regalo de la naturaleza, quizás el inicio de un nuevo día sea realmente así de bello... Algo debe tener, algo que lo haga tan especialmente hermoso.
Seguro que nada es lo que parece, o todo lo es nada, o... simplemente:
Los amaneceres son mágicos.





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